A veces me siento vacía, no tengo nada que contar, nada me sorprende. Los duendes de la inspiración se han marchado dejándome en medio de un árido paisaje. Me falta la sorpresa. Esa facultad de maravillarse por todo, ese brillo interno, esa chispa burbujeante que hace que una se sienta absolutamente viva. Los colores son intensos, la vida se siente llena y estoy llena de todo.
Cuando
el brillo y la sorpresa desaparecen me quedo atrapada en un mundo
gris. Voy a un espacio donde no veo a mis
ángeles, ni sus destellos dorados. En su lugar aparecen los demonios
de la apatía, la desidia o el aburrimiento. Pareciera que alguien
hubiera apagado las luces de mi alma, esas luces que son mis guías,
antorchas en mi camino.
Los
años me han enseñado a captar las señales de las sombras, de mis
sombras. Me han enseñado a recolocarme en mi presente y dejar pasar
las tinieblas que no son otra cosa que mis propios pensamientos y
patrones, que a fuerza de repetirlos una y otra vez, se han hecho
verdaderas fortalezas. Fortalezas que he aprendido a sortear. A
veces me sorprendo con la facilidad que caen y resurgen de nuevo.
Son
tiempos de sanación, de aligerar la mochila que llevamos en la
espalda, de pulir nuestra alma y devolverle su estado original.
Más
que ver defectos en otras personas,
ocupo
el tiempo en mirarme a mi mismo.
El
alma, el diamante eterno, debe ser pulido constantemente.
Pulir
el alma es devolverle su estado original.
No
se trata de cambiar, sino de volver a ser quien fui
Recupero
el brillo de mis cualidades originales
de
paz, pureza, felicidad, fuerza interna, amor.
Retorno
definitivamente a mi naturaleza
de
bondad e inteligencia espiritual
Firmes
en la meta
Brahma
Kumaris
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